por Anthony Strano

Anthony Strano es Director de los Centros de Brahma Kumaris en Grecia, Hungría y Turquía. Este artículo está extraído de su libro El Punto Alfa, publicado por Brahma Kumaris Information Services Ltd, Londres 1998, donde señala el camino a una conversación con Dios.

 

Cuando el silencio es profundo y rebosante de plenitud, cuando no anhelamos ya el sonido, cuando la concentración en el Uno es completa, entonces como una flecha el pensamiento encuentra su blanco y se derrite en él. Ahí el alma humana no sólo tiene un breve destello de Dios sino que la pureza de ese Ser la absorbe, de manera total, completa y absoluta. Una vez que el alma está repleta de la luz pura que se ha convertido ahora en su ser, irradia hacia otros dicha energía en la forma de paz y amor, como un faro viviente.

El silencio es el puente de comunicación entre el Divino y lo divino del ser humano; en el silencio encontramos lo que es más preciado.

El silencio espiritual es el estado que prepara el corazón y la mente para comunicarnos con el Uno. No se trata de una comunicación basada en palabras repetitivas ni en teorías intelectuales, como así tampoco pedir la satisfacción de deseos limitados. La comunicación Sagrada es la armonía del ser original con el Uno Eterno.

El silencio espiritual me da energía pura y altruista de la Fuente Creativa para abrir el capullo de la flor cubierto de polvo y salir de la rutina, abriendo horizontes ilimitados de una nueva visión. Para liberar al ser de la negatividad, requiero silencio. Absorto en su profundidad me renuevo. En esta renovación, la mente se limpia a sí misma facilitando una percepción diferente de la realidad. La percepción más profunda de todas es mi propia eternidad.

El acto de silencio es tan necesario para la vida como el respirar lo es para la vida física. La fortaleza para vivir necesita encontrar un punto de quietud desde donde comienzo y a donde regreso cada día: un oasis de paz interior. El silencio trae mi energía mental y emocional a un punto de concentración donde encuentro la quietud. Sin esta quietud interna me convierto en un títere arrastrado aquí y allá por las muchas cuerdas de las influencias externas. Este punto de quietud interior es la semilla de la autonomía que corta las cuerdas y cesa la pérdida de energía.

El silencio sana. El silencio es como un espejo. Todo está claro. El espejo no culpa ni critica, pero me ayuda a ver las cosas como son, dándome un diagnóstico que me libera de cualquier tipo de pensamientos erróneos. ¿Cómo consigue esto el silencio? El silencio revive la paz original del ser, una paz que le es innata, divina y cuando se invoca fluye por el ser armonizando y sanando cada desequilibrio. El silencio es completo y pleno, amable, poderoso y rotundamente activo.

Para crear silencio, doy un paso hacia el interior. Conecto con mi ser eterno, el alma. En ese lugar en que la tranquilidad esta intacta, como en una matriz sin tiempo, el proceso de renovación y reestructuración comienza. Allí, se teje un nuevo patrón de energía pura.

En este espacio de introspección reflexiono. Recuerdo lo que he olvidado por un largo tiempo. Me concentro lenta y suavemente y mientras lo hago, las huellas originales espirituales de amor, verdad y paz emergen y se experimentan como realidades personales y eternas. A través de ellas la calidad empieza a entrar en la vida. La calidad es un acercamiento a algo más puro y más verdadero en nosotros. La calidad es el principio para tener un pensamiento más iluminado y para la integración de las acciones En este espacio, el Silencio me enseña cómo escuchar, cómo desarrollar una apertura hacia Dios.

Escuchar me guía a la posición correcta, abriendo un canal de receptividad. La receptividad me alinea con la realidad de Dios; un alineación muy necesario si de verdad quiero estar unido a Él. Para la receptividad necesito aclarar mi ser. Debo permanecer limpio, desnudo, sencillo, libre de artificialidad y entonces comienzo una conversación genuina.

Mientras escucho recibo, mientras recibo siento e irradio, y gradualmente llego a la concentración. Concentrarse es estar completamente absorto en un único pensamiento. Donde hay amor, la concentración es natural y estable, como la llama quieta de una vela que irradia su aura de luz. El pensamiento en el cual uno está absorto se convierte en su mundo. Cuando la mente humana está absorta en el pensamiento de Dios, la persona se siente resucitada, la armonía de la reconciliación se siente en profundidad. En esta unión silenciosa de amor uno llega a estar completamente reconciliado, no como un proceso intelectual, sino como un estado de ser: despierto. Este despertar llega cuando estoy totalmente consciente de la Verdad. Simultáneamente me hago consciente de las ilusiones (lo falso e ilusorio) en mí y alrededor mío. Y del esfuerzo que necesito para eliminarlas.

Este despertar me permite responder y recibir lo que normalmente no habría notado en un nivel natural. En este despertar de estado elevado de conocimiento, una persona espiritualiza al ser y llega a ser más verdadero. Dentro del silencio, los rayos sutiles del pensamiento concentrado se encuentran con Dios; éste es el poder del silencio, a menudo llamado “meditación”. El sonido no permite este encuentro con Dios. El sonido sólo puede alabar y glorificar; a través de la canción o del canto solemne, acercar la unión con lo divino, pero no puede crearla. Sólo el silencio crea la experiencia práctica de la unión.

El silencio concentrado es el foco sin palabras de la atención pura en el Único. El Amor por Él hace que este foco sea fácil, firme y pleno. Esta cercanía del ser con el Supremo, inevitablemente inspira el deseo de cambio en uno; inspiración para mejorar el ser, para hacerlo digno de satisfacer su potencial original y cuando es posible, compartir los frutos de la realización de este potencial con los demás. Este compartir no se alcanza mediante las palabras, sino más bien por la integridad y coherencia del ejemplo personal.

En silencio, la orientación más profunda de la conciencia es el deseo de alcanzar la perfección personal. Este deseo es el resultado del flujo divino de energía que entra en la conciencia humana e inspira la creencia en el valor del ser. La reflexión personal lo hace posible. Es la fe dada por Dios como un regalo al alma. La posibilidad de perfección se acepta porque el alma sabe que no está sola en sus esfuerzos, que tiene el soporte constante del Amor Divino para alcanzar su meta.

En su relación con Dios, el alma se llena y se siente completa; ha encontrado lo que buscaba. El Amor Divino actúa en especial dentro del silencio; y el alma se despierta del sueño de la ignorancia y le da nueva vida, como en el cuento de la Bella Durmiente. El alma es la Bella Durmiente, Dios el príncipe y la ignorancia es la bruja que lanza su hechizo mágico de sopor sobre la princesa. El Amor de Dios por el alma es tal que no puede ser detenido por ninguna oscuridad o barrera sino que alcanza al alma para despertarla, trayéndola de vuelta a la vida, de vuelta a la realidad. El amor rompe el hechizo.

Es mediante el amor que yo, como alma, me despierto y reconozco mi eternidad. Mi realidad va mucho más allá de mi apariencia física. Mi eternidad es mi realidad. Esta es la verdad de mi existencia. En griego la palabra para verdad es alithea, que significa 'no olvidar'. El ser humano está bajo un profundo olvido; una amnesia de espíritu. No puedo alcanzar el estado despierto, el verdadero estado de mi ser con mis propias habilidades intelectuales. Alcanzar la verdad no es cuestión de ser listo. Sólo puedo despertar cuando Dios me ayuda a recordar. Recordar es verdadero conocimiento, es la Verdad.

Para lograr el cambio interior, el silencio debe estar lleno de amor, no sólo de paz. Muchos piensan que es suficiente experimentar paz en el silencio de la meditación para alcanzar la transformación de la conciencia. La paz estabiliza, armoniza y serena con suavidad. La paz es la fundación. Sin embargo, el amor inspira, es un catalizador del cambio; el amor mueve al Universo. El amor mueve todas las cosas hacia su libertad original y felicidad.

Ambos, la paz y el amor se necesitan y en su forma arquetípica vienen de Dios: la Fuente Universal Inmutable. Es este silencio lleno de Dios que re-establece al ser humano y a la tierra a su estado original.

En silencio nos damos cuenta que no es sólo un retorno a las raíces, sino aún más, es un retorno a la semilla, al comienzo; es un retorno a Dios, un retorno a mí mismo, un retorno a una relación correcta.

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