por Dadi Janki
La llamada del tiempo es un llamada a la paz. En mis meditaciones de la mañana, puedo oír la llamada del mundo sin paz, por la paz - no sólo para el fin del conflicto, sino por una profunda quietud interior y calma, que todas las almas recuerdan como su estado original.
Si queremos encontrar paz, primero debemos aprender a tranquilizarnos y, a continuación podremos hacernos pacíficos. Hacerse pacífico significa volver a tomar las riendas de una mente fuera de control y terminar con los pensamientos desquiciados y descontrolados. Poniendo atención en la mente, la podemos llevar hacia el silencio, no un lugar sin sonido sino un silencio verdadero, aquél en que experimentamos una profunda sensación de paz y una conciencia generalizada de bienestar.
No es una mente vacía la que produce este estado de paz. Para entrar en este estado de profundo silencio, debemos entrenar al intelecto para crear buenos pensamientos, pensamientos puros. Tenemos que capacitarle a concentrarse. Nuestros pensamientos de desperdicio son una carga pesada. Nuestro hábito de crear demasiados pensamientos y muchas palabras agotan al intelecto. Hay que preguntarse, "¿Cómo puedo cultivar el hábito del pensamiento puro?"
¿Quién es el que anhela entrar en silencio? Soy yo, el ser interior, el alma. Al desapegarme de mi cuerpo, de las cosas corporales, me alejo de las distracciones del mundo, y puedo volver la cara hacia mi interior. Al igual que un lago perfectamente tranquilo cuando todos los susurros del viento finalizan, sale a relucir el ser interior, reflejando las cualidades intrínsecas del alma. Sentimientos de paz y bienestar inundan mi mente y, con ellos, vienen los pensamientos de benevolencia.
Suelto todos los pensamientos de descontento y esto me hace recordar, al estado original del ser. Recuerdo esta calma interior. Aunque no he estado aquí desde hace mucho tiempo, lo recuerdo como mi conciencia original, y una sensación de felicidad y satisfacción se manifiesta dentro de mí. En este estado sé que cada alma es mi amiga. Yo soy mi propio amigo. Estoy muy tranquilo. Estoy totalmente en silencio y en paz.
Este profundo pozo de paz es el estado original del alma. Cuando estoy en este estado, siento el flujo de amor hacia la humanidad y siento un estado más elevado de lo que normalmente llamamos felicidad, un estado de dicha, de gozo. Cuando alcanzo este estado, algo verdaderamente milagroso puede suceder. En este estado de completa conciencia de alma, me doy cuenta que otra energía comienza a fluir hacia mí. Siento una fuerza y poder tan expansivo, que en este momento sé que no hay nada que yo no pueda hacer, ni objetivo que yo no pueda alcanzar.
Cuando esto sucede, yo estoy experimentando la conexión con la energía divina y el flujo del poder de Dios en mi ser interior. Si me quedo aquí, adentro, centrado, conectado con esta corriente de poder divino, incluso la forma de utilizar los sentidos físicos será diferente. Cuando miro el mundo, lo voy a ver a través de la naturaleza de mí ser original que es benevolente, y experimentaré compasión por todo el mundo.
En esta experiencia aprendo lo que es el poder del silencio. Este es el poder que me transforma por dentro, que me purifica y me hace poderoso. Cuando mi alma y Dios están unidos entre sí, hay un poder que me llega, y después se manifiesta de forma invisible alcanzando y transformando a los demás, a la naturaleza, y al mundo.
El secreto de este poder del silencio es que no tengo que hacer el trabajo de transformación. El Poder divino transforma automáticamente. Sólo debo hacer el trabajo en mí interior. Sólo debo ir muy profundamente a la experiencia del estado original del ser, y permitir que se produzca el silencio para que Dios pueda hacer su obra a través de mí, su instrumento.