El concepto del tiempo lineal, es decir, con un inicio definido y un final, no es una idea universalmente aceptada. Muchas personas, especialmente en Oriente, creen que el tiempo es cíclico, es decir, que tiene su propio ritmo natural de repetición de expansión y contracción, crecimiento y decadencia. Existe una considerable evidencia, especialmente en el mundo de la naturaleza, que apoya esta perspectiva. Por ejemplo, el ciclo de las cuatro estaciones (primavera, verano, otoño e invierno), del agua, del día y la noche y las mareas.
En algunas tradiciones orientales hay un entendimiento de que la historia y geografía del mundo se puede interpretar en términos de cuatro edades o estados, denominados edades de oro, de plata, de cobre y de hierro. La ‘edad de oro’ representa un período en el que las almas en la tierra son completamente puras, pacíficas y positivas, viven en completa armonía y el mundo está lleno de belleza y abundancia. Después se produce un declive gradual, a medida que pasan las otras edades y se alcanza la ‘edad de hierro’, que refleja el estado final degradado tanto de las almas como de la naturaleza, cuando las energías físicas y espirituales están en su nivel más bajo.
Entre el final de la ‘edad de hierro’ y el principio de la ‘edad de oro’ existe un estado transicional, conocido como la ‘edad de la confluencia’. En este período, los seres humanos reconectan con su identidad espiritual verdadera y se involucran en retornar a su estado original de energía pura con la ayuda del Ser Supremo. Debido a que el mundo físico externo es un reflejo del estado de nuestro mundo espiritual interior, este cambio de consciencia y los cambios que a su vez se generan en el carácter y comportamiento de las almas, propician el inicio de una nueva edad de oro.
La perspectiva cíclica de entender el tiempo, la naturaleza y nuestra propia historia puede ser controvertida pero es a la vez fortalecedora y tranquilizadora, comparada con el modelo lineal, que no ofrece ninguna luz al final del túnel.
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