Cuando procuramos controlar la ira, muchas veces sentimos como si estuviéramos impidiendo que un volcán haga erupción. Uno se siente en medio de un terremoto interno y explota de todas formas. En estas ocasiones, uno pierde el poder de controlar y está creando una conmoción interna, puesto que no sabe lo que es correcto y atraviesa por una confusión total.
Es esencial que nos hagamos cargo de nuestra propia sensibilidad ya que, usualmente, es ahí donde empieza el problema. Así, cuando empezamos a sentir el menor indicio de irritación o enfado, debemos preguntarnos: ¿por qué estoy irritado? En ese instante, es muy importante reconocer que nos sentimos mal, que estamos enfadados. Solo, en ese momento de reconocimiento podemos cambiar.
Habitualmente, cuando estamos irritados o frustrados es porque teníamos una expectativa y esta no se ha cumplido. Pero, cuando alguien nos pide algo insistentemente, ¿se lo queremos dar?; seguramente no, porque uno no quiere dar por obligación.
Lo que ocurre es que, con nuestras expectativas, los encadenamos en deseos que, de hecho, nos encadenan a nosotros mismos. Y no nos gusta porque, simplemente, no deseamos sufrir. Nadie jamás va a cumplir con todas las expectativas que yo tengo, entonces ¿por qué voy yo a encadenar a alguien a mis locas esperanzas?
Si, en vez de culpar a la persona que no cumple mi expectativa, me pregunto ¿por qué he creado esa expectativa?, podré controlar la ira al estar pendiente de mí mismo, de mi propia creación interna y de la relación que estoy estableciendo.
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