Vernos como un ser espiritual que interpreta un papel en la obra ilimitada de la vida es una perspectiva excelente para posicionarnos en una conciencia equilibrada y desapegada.
La metáfora del actor, el personaje y la obra nos es muy útil para desempeñar nuestro rol de forma más consciente y más elevada.
En primer lugar tenemos claro que yo soy el alma, el ser espiritual, el actor. El actor nunca se confunde con el personaje que interpreta. Sabe que es sólo un papel a interpretar. Todas las actividades e interacciones que llevamos a cabo a través del medio físico del cuerpo forman parte del personaje que interpreto.
El actor no está todo el tiempo sobre el escenario, cuando no necesita estar interpretando su papel, se relaja entre bastidores y se prepara para su nueva salida a escena.
Del mismo modo, tenemos que encontrar el equilibrio entre actuar e interpretar nuestro personaje en el campo de la acción y desconectar del personaje y conectar con la conciencia verdadera de quién soy, el actor, el ser espiritual. El silencio, la meditación y la contemplación son prácticas que nos ayudan a retornar a la conciencia de la semilla, es decir, nuestra naturaleza original.
Con esta práctica podemos desarrollar una habilidad maravillosa que se puede denominar la implicación desapegada. Soy consciente de que la vida es como una obra, y todos son actores interpretando sus diferentes papeles (sean o no conscientes de ello) y a la vez soy consciente y responsable por el impacto que mi personaje tiene en la obra y en los demás actores. Sin embargo, la conciencia de que soy un actor y la vida es una obra, me proporciona una perspectiva desapegada y benevolente, que surge de la consciencia clara de quién soy realmente.
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