En silencio, la orientación más profunda de la conciencia es el deseo de alcanzar la perfección personal. Este deseo es el resultado del flujo divino de energía que entra en la conciencia humana e inspira la creencia en el valor del ser. La reflexión personal lo hace posible. Es la fe dada por Dios como un regalo al ser. La posibilidad de perfección se acepta porque el ser sabe que no está solo en sus esfuerzos, que tiene el soporte constante del amor divino para alcanzar su meta.
En su conexión con Dios, el ser se llena y se siente completo; ha encontrado lo que buscaba. El amor actúa en especial dentro del silencio; y el ser se despierta del sueño de la ignorancia y recibe la vida, como en el cuento de la Bella Durmiente. El ser es la Bella Durmiente, Dios el príncipe y la ignorancia es la bruja que lanza su hechizo mágico de sopor sobre la princesa. El amor de Dios por el ser es tal que no puede ser detenido por ninguna oscuridad o barrera, sino que alcanza al ser para despertarlo, trayéndolo de vuelta a la vida, de vuelta a la realidad. El amor rompe el embrujo.
Es mediante el amor que yo, el ser, me despierto y reconozco mi eternidad. Mi realidad va mucho más allá de mi apariencia física. Mi eternidad es mi realidad. Esta es la verdad de mi existencia. En griego, la palabra para verdad es alithea que significa “no olvidar”. El ser humano está bajo un profundo olvido; una amnesia de espíritu. No puedo alcanzar el estado despierto, el verdadero estado del ser, con mis propias habilidades intelectuales. Alcanzar la verdad no es cuestión de ser listo. Solo puedo despertar cuando Dios me ayuda a recordar. Recordad es verdadero conocimiento, el la Verdad.
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