Una práctica esencial para nuestro progreso y fortalecimiento espiritual es la de desapegarnos de la conciencia física, del cuerpo físico. A esta práctica también se la denomina hacerse incorporal.
De hecho, para experimentar paz verdadera, el atajo es desarrollar la práctica de desapegarse del cuerpo. El alma es un ser de luz, un ser incorporal y para experimentar la realidad del alma, tengo que desprenderme de la conciencia limitada del cuerpo físico y el personaje asociado al cuerpo.
La práctica es estabilizarme en la conciencia de que soy un alma eterna, un punto de luz, una estrella espiritual de paz, amor, felicidad. Mi residencia es el trono del centro de la frente, donde se representa el tercer ojo. Desde ahí gobierno este cuerpo físico y estos órganos de los sentidos.
El cuerpo es un instrumento, un soporte material para el alma en este mundo físico del cambio y el movimiento. Sin embargo, el alma no es el cuerpo, simplemente usa el cuerpo. Esta conciencia se experimenta de forma clara y precisa a través de la práctica del desapego.
Una metáfora de esta práctica es la imagen de una tortuga, retrayéndose hacia el interior de su caparazón. De la misma manera, interiormente, puedo conectar con el punto de luz que soy e irme desapegando de los órganos físicos y de los órganos de los sentidos. Visualizar como la energía interna se va desconectando de los órganos del cuerpo y toda la energía queda concentrada y enfocada en el punto de luz, en el centro de la frente. Esa es la cabina de control y el asiento desde el cual el alma dirige el cuerpo físico.
Al experimentar claramente la conciencia del alma, de forma automática emerge el estado natural de profunda paz espiritual. Es el estado del alma cuando nos elevamos por encima de las innumerables influencias de este mundo físico y sintonizamos con nuestra naturaleza eterna y original. Los beneficios de esta práctica son ilimitados.
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