Una manera de evaluar de forma práctica y consistente nuestro progreso
espiritual es darnos un tiempo para nosotros mismos al final del día. Tomarnos
unos 10 minutos y sentarnos en soledad y silencio para revisar el día. ¿Qué
sucedió desde el momento de despertarnos hasta ahora?
Revisar con atención todo lo que hicimos, nuestras interacciones con otras
personas y lo que estuvimos pensando y sintiendo. Evaluar cuál fue la calidad de
nuestra respuesta. ¿Fue acorde al nivel de calidad que nos hemos fijado?
Notaremos que cada día trae algún que otro desafío conectado con nuestros
valores.
Nos tenemos que observar a nosotros mismos desde la perspectiva del
observador desapegado y preguntarnos si hubiera sido posible otra manera
mejor de responder ante determinada situación, o hubiéramos podido elegir
mejores palabras.
Es una buena iniciativa anotar en un diario las observaciones sobre uno mismo
que consideremos relevantes y útiles al hacer este proceso de auto-observación.
A medida que hacemos este proceso cada día, veremos que en nuestra vida se
manifiestan ciertos patrones. Y nos daremos cuenta de que estos patrones
tienen mucho que ver con los diferentes conflictos, problemas o complicaciones
que se presentan en nuestras vidas. Identificaremos claramente patrones
internos de los que queremos y necesitamos liberarnos para conseguir mayor
armonía, plenitud y satisfacción en nuestras vidas.
Nos daremos cuenta también de la importancia y del valor de meditar
regularmente. La meditación nos ayuda a crear una conciencia elevada y a
desactivar y transformar las tendencias y hábitos de conciencia limitada y
extrovertida (enfocada en el exterior) en la que caemos con frecuencia.
Experimentaremos gran bienestar a medida que tenemos éxito en los cambios
internos necesarios y nuestra consciencia se va volviendo más limpia y clara.
También podremos observar una significativa diferencia en la calidad de nuestra
conexión y experiencia de Dios así como nuestras relaciones y conexiones con
las demás personas.
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