Son muchas las personas que cuando atraviesan épocas de dificultad y pesar dirigen su atención a la religión o hacia Dios como fuente de consuelo y para alimentar el ser interior.
Un niño pequeño que se cae y se hiere mira, de manera instintiva, a la persona que lo cuida en busca de protección y ayuda.
De forma parecida, la experiencia de una enfermedad que amenaza la vida puede provocar la sensación de haber perdido el sentido de la propia vida.
Al tener un sentimiento de desprotección, susto y soledad, puede que, instintivamente, busque a mi guardián espiritual, a Dios, en cualquiera de sus manifestaciones que me atraiga. Sin embargo, el deseo de conocer a Dios no es suficiente en sí mismo.
Lo que busco, realmente, es una “auténtica” experiencia de Dios, una experiencia de la realidad del amor, la divinidad, la sabiduría y la verdad absoluta de Dios, una experiencia que vaya más allá del pensamiento y que pueda sentirla en mi corazón, una experiencia por la que pueda comprender con claridad que Dios es real y que es mi compañero, protector, guía e incluso maestro y liberador.
El primer paso es empezar con mis propios conceptos y creencias acerca de la más elevada energía divina a la que llamo Dios. Mi meta ha de ser desarrollar y ampliar estos conceptos y creencias y experimentar su realidad.
Extracto del libro:
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