Ser honesto significa se auténtico. También significa ser fiel y digno de confianza. ¿Te consideras honesto? Una manera de evaluarlo es valorar de cuánto coraje dispones para hablar con Dios. Si no eres auténtico y honesto, ¿qué podrías decir? Así que, adelante. ¡Hazlo! Ahora mismo, en un minuto; ve y dile algo a Dios. ¿Lo has hecho? ¿Le dijiste algo? ¿Qué le dijiste? ¿Le pediste algo?
Si tu corazón es honesto y auténtico, disminuye enormemente la necesidad de pedirle algo a Dios. Después de todo, ¿no es Dios el que mejor nos conoce? ¿A caso no iba a saber Él lo que necesitamos, incluso antes de pedírselo? Un corazón honesto está tan abierto y limpio que puede tomar de Dios cualquier cosa que necesite, incluso antes de poder pedirlo.
Cuando tus pensamientos, palabras y acciones empiezan a revelar más de tu verdad interior, tu conciencia empieza a despejarse. Cuando eres honesto interiormente, no tienes que preocuparte por decir lo que quieres decir. No necesitas pensar cada uno de tus movimientos, tratando de adivinar si serás aceptado. Solo dices lo que tienes en la cabeza.
Con honestidad, es como si se hubiese limpiado un espejo interior, que refleja tu ser perfecto. Comprendes quién eres, a quién perteneces y qué deberías hacer. Frente a eso, el ego, la cólera y el resto de las cualidades negativas acumuladas en el alma, son derrotadas; nada queda de ellas. La honestidad produce este nivel de éxito. Crea una clase de felicidad muy especial, una felicidad interior que elimina todas tus penas. La felicidad de la honestidad crea sentimientos muy profundos de seguridad interior.
Extracto del libro:
Las alas del espíritu.
Liberar la identidad espiritual
Ed. Health Communications, Inc.
Dadi Janki
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