Uno de los dogmas del pensamiento sistemático es comprobar que nada existe en soledad. Todas las cosas están interconectadas, especialmente en lo que respecta a mi relación con el mundo que me rodea. Mi condición interna influye en mi conciencia superficial, la cual, al estar en contacto directo con las cosas que la rodean, también les influye.
Lo inverso también es verdadero. El mundo y sus situaciones específicas, desde la más divertida a la más deprimente, tocan la superficie externa de mi conciencia. Este efecto es a su vez filtrado hasta el controlador interno y, finalmente, provoca alteraciones en niveles más profundos. Cuanto más fuerte sea yo internamente, mayor será la posibilidad de permanecer firme frente a las situaciones externas.
Esto es así porque el ser interno controla los humores, las emociones, los niveles de estrés o relajación, al igual que la calidad de mis relaciones con todo y con todos. Es la condición del ser interno la que, consciente o inconscientemente, determina todo lo que pienso, lo que digo o lo que hago. Ese es el mecanismo por el que el propio poder puede aportar cambios de dentro a fuera.
El flujo de energía consciente no se dirige tan solo hacia fuera, al mundo exterior, ya que el efecto que produce envuelve alguna forma de retorno. Cuando tiramos una piedra a un lago, se expanden pequeñas ondas en círculos concéntricos. Cuando llegan a la orilla, las ondas cambian de dirección y retornan a su punto de origen.
Cuando tengo pensamientos, palabras o acciones de acuerdo a mis niveles más innatos y profundos, donde reside la sensación de paz, amor y felicidad, las situaciones externas comienzan a resonar dentro de mí, haciendo que mi ser más íntimo vibre con una sensación de bienestar.
Extracto del libro:
La última frontera.
Un viaje por la conciencia humana
Ed. Brahma Kumaris
Ken O’Donnell
Comentarios. 0