La fuerza de voluntad, que nos empuja a dar los pasos necesarios para salir adelante de las situaciones más difíciles, es parte de un potencial invisible y metafísico que cada ser humano guarda en lo más profundo del ser. Cuando las personas adquieren maestría sobre ese potencial invisible, sobre su propia mente y emociones, las relaciones interpersonales se vuelven más armoniosas y sanas.
Uno de los componentes que tiene mayor impacto en nuestras vidas es la forma en que percibimos y sentimos la realidad. A menudo, creemos que las cosas son como uno las interpreta y no nos damos cuenta de que es una creación propia. Una gran parte del trabajo espiritual es ejercitar una visión más real del mundo y del ser.
Cuando uno empieza a vivir su práctica espiritual de forma más consciente y voluntaria, mira más de cerca las emociones que son parte de la creación interior, ya que no son siempre saludables o deseables. El efecto que tienen sobre uno mismo y sobre quienes nos rodean puede ser positivo o bien puede alterarnos y causar enfermedad.
Las emociones que sentimos son el resultado del estado de consciencia del presente y de un tejido de factores creados en el pasado, tales como: traumas, miedos, creencias, falta de autoestima. Todo esto impacta en la relación que uno tiene con la vida.
Nuestro juicio ha sido construido por las experiencias acumuladas en el pasado. Esto ha empañado nuestra comprensión del propio ser según la realidad espiritual original y desde un punto de vista nuevo y sano.
Así, para sanar emocional y espiritualmente, tenemos dos trabajos que hacer: Conocer nuestra realidad interna óptima original, la parte de nuestro ser que está sana, la que no ha sido corrompida por el sufrimiento o el pesar; y mejorar la capacidad de observarnos, para identificar y transformar los patrones de conducta, de creencias y emociones limitantes, y la percepción que tenemos de nosotros mismos y de la realidad.
Comentarios. 2